Buscador

24 de septiembre de 2017

'Detroit' (ídem, 2017), de Kathryn Bigelow

The Irony of a Negro Policeman (Basquiat, 1981)

Basquiat ya habló pintando, como afroamericano, de la ironía que suponía ser negro y policía en la sociedad estadounidense de finales del XX. ‘Detroit’ se estrena simultáneamente a una gran retrospectiva del propio Basquiat en la Barbican de Londres; de un artista ‘maldito’, rebelde, que es aprovechado ahora por el ‘stablishment’. De esto habló, precisamente también en estas fechas y con motivo de la retrospectiva, Banksy, cerca del propio centro de la Barbican, añadiendo a un autorretrato de Basquiat con su perro dos policías de estilo ‘banksyano’ registrando al susodicho (al propio Basquiat). Se puede hacer una lectura a muchos niveles. La concreta, el saqueo de la obra de Basquiat, y la universalista, una denuncia contra el racismo en general, y contra el afroamericano en particular, que ya denunciaba el propio Basquiat en vida con títulos como “The Irony of a Negro Policeman”. Coincide esto, sincrónicamente, con la era Trump, con el auge del racismo y la xenofobia en Europa y con el cincuenta aniversario de los famosos disturbios de Detroit en el 67, leitmotiv de la película de Bigelow. Todas esas cosas que “ya están superadas”. 


Los disturbios del 67 fueron como “el Berlín del 45” (que decía el alcalde de Detroit) o “el disturbio más sangriento en medio siglo” (que rezaba la revista Time). Como narra Bigelow, con guión de Mark Boal, estos disturbios empezaron por la redada a un local sin licencia en un guetto de Detroit, con una población mayoritaria afroamericana, un núcleo de pobreza y marginación. El único problema visible de la película, en parte comprensible, es que falla en la contextualización. Opta por un prólogo animado con muchas fechas, datos, difícilmente abarcables en tan poco tiempo. El racismo y la lucha que muestra la película entre etnias puede llegar a no entenderse si no se conoce un poco sobre los disturbios, sobre la zona polarizada por el odio que fue Detroit (y todavía es) en las décadas centrales del siglo pasado, o que por la concentración de afroamericanos, fue una zona marcada para el Ku Klux Klan. En 1967 los afroamericanos, precisamente en ese guetto, estaban sometidos al autoritarismo policial, a la marginación y a la precariedad. Estas condiciones generan delincuencia, crímenes, y todo esto junto, más racismo y más odio. Todo esto se ve reflejado en la cinta de Bigelow, pero algún espectador puede llegar a preguntarse por qué se ha llegado a una situación así. 


La directora hollywoodense por excelencia, con un pulso narrativo brillante, nos ofrece cine histórico y didáctico. Ficciona una historia real, increíble (en su sentido etimológico más puro, al menos si conservas algo de fe en el ser humano), de humanos dejados llevar por el odio y el resentimiento. Antihumanismo por bandera. Es cierto que no da una visión globalizada de todos los frentes de los disturbios, o se preocupa lo más mínimo por analizar las causas de dichos disturbios, porque tampoco lo pretende. Coge un episodio concreto y lo narra hasta las últimas consecuencias, es más que suficiente para pincelar todas las claves del conflicto y grabar en la película todos los motivos ideológicos que hay que conocer sobre los disturbios del 67. Por eso sí es cine didáctico, sí se enseña lo que pasó en Detroit, aunque el que quiera profundizar en el desarrollo concreto deba leer a mayores. 


Un “Negro Policeman” se pluriemplea, trabaja en una fábrica para capitalistas blancos y protege locales de blancos, pero es inteligente y pacífico, está por encima del racismo. Un cuerpo policial autoritario que proclama que “el orden hay que imponerlo ante demostraciones de fuerza”, cansados de robos y de crímenes. Pero los afroamericanos responden a ese autoritarismo, “ser negro es como tener una pistola apuntándote a la cabeza”. Puedes entender la existencia de todas las posturas porque basta con darse una vuelta por la calle u ojear Twitter en 2017. A parte, la crítica al sistema judicial o el trato que le dan en la cinta a un veterano de Vietman, que también da para reflexionar. 

Bigelow abre la cinta con un estilo cercano al documental, con planos cercanos, aparentemente poco planificados y de cámara tambaleante, como si de un seguimiento televisivo real se tratase. Mezcla con imágenes de archivo durante toda la cinta, donde destacan imágenes de la rebelión popular o de los destrozos que provocó el conflicto. Destaca la escena central, en el hotel, por la magistral narración, tensa por encima de todo, a pesar de su duración, que usa Bigelow para articular una película más que notable sobre los disturbios del 67, que funciona también (y esa era la intención) como un magnífico thriller en sí mismo. Hace una buena caracterización de la década de los sesenta y se deleita en una narrativa eléctrica, más que en su anterior ‘Zero Dark Thirty’.

Banksy sobre "Autorretrato" de Basquiat (2017)




No hay comentarios:

Publicar un comentario

Archivo