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17 de enero de 2015

Mommy (ídem, 2014), de Xavier Dolan


Canadá, año 2015 en una realidad ficticia. Se aprueba una ley que permite a los padres de hijos adolescentes problemáticos ingresarlos en un centro especial, en caso de que no puedan encargarse ellos mismos de su educación. Diane "Die" Despress, una madre de características singulares, decide educar ella misma a su hijo de dieciséis años, que padece ADHD y serios ataques de agresividad. La relación maternofilial se verá influenciada por una venidera amistad con la vecina de la calle de enfrente, Kyla. 


Mommy, uno de los filmes más esperados del año; primero por el cineasta que la firma y luego por el Premio del Jurado recibido en Cannes 2014, a manos de personalidades como Sofia Coppola — Lost in Translation (2003) —, Jane Campion — El piano (1993) — o Nicolas Winding Refn — Drive (2011). Y el director que la firma no es otro que Xavier Dolan, el canadiense, la joven promesa del cine mundial, que con sólo 25 años tiene a sus espaldas nada más y nada menos que cinco películas: la primera dirigida en 2009 con sólo 19 años y la en principio próxima y sexta: The Death and Life of John F, Donovan, pensada para 2016. Guste o no su característico estilo, lleno de narcisismo y contemporaneidad, de innovación y de provocación, los méritos del jovencísimo cineasta son irreconocibles. Se ha labrado con esfuerzo una ya prolífica carrera que puede dar mucho más con los años, esperemos. 


Entrando en la película, Mommy cuenta con un inicio muy sorprendente, donde se nos presenta un mundo y unos personajes a cada cual más variopinto, absurdo e irracional. Una de las cosas que más llama la atención de primeras es el formato de imagen empleado para desarrollar la cinta: 4:3, un estilo de imagen prácticamente inutilizado hablemos tanto de cine comercial como independiente y sea la década que sea, lo que hace que se muestre como un recurso estilístico y visual algo caprichoso, a priori; más cuando nos damos cuenta de que es el formato predominante durante los 140 minutos que ocupan la película y no un recurso especial de Dolan para determinadas situaciones. ¿Valdrá la pena mantenerlo como regla, sesgando la estética de la película? Para bien, para mal, quién sabe: pero un inicio realmente sorprendente, tanto de forma interna — en lo que respecta a los inverosímiles personajes y sus actitudes o la aparente lógica que emplean — como externa — en esos recursos fílmicos que comento. 

Y, después de todo ésto, es cuando Xavier Dolan decide meternos en vereda. ¿Intencionadamente o no? Quién sabe. Después de tratar de entender, durante los primeros minutos de la cinta, a esos personajes presentados con una personalidad increíble por incierta y una concordancia pensamiento-acto de forma racional bastante curiosa por inexistente, después de creer que, efectivamente, esos personajes salen de la mente de un tipo de 25 años que piensa que puede poner a personas haciendo lo que a él, como creador, se le antoje, aunque para el espectador resulte totalmente alocado, los empezamos a conocer, y a darnos cuenta de que, quizás, todo eso que veíamos bastante injustificado y esperábamos justificar, lo hace con creces. Incluso los métodos interpretativos de los actores crecen durante la película: todo es una brutal cuesta arriba hacia la más alta de las cumbres. Personajes definidos a la perfección con los que el espectador se llega a mimetizar. La estética, de repente, sí tiene sentido y razón de ser; no hace falta leer al cineasta para darse cuenta de que lo que busca es que nos centremos en lo primordial y en lo básico de su historia: los personajes. Y la narrativa se depura increíblemente hacia un sendero donde la imagen se muestra asombrosamente bella, acompañada por un uso de la música magistral.

Mommy se impone así, ante todo, como una película MUY singular que no será del gusto de todos, pero que siempre mantendrá una de las más maravillosas características: ser especial. Su visionado, en el caso particular del espectador que escribe estas líneas, da forma a una de las cosas que más le gusta hacer a cualquier amante del cine o el arte: perderse en una sala de cine, perderse en una obra, y dejarse llevar. Que todo acabe en una carrera. 


Esta libérrima y exquisita revisión contemporánea de uno de los mayores clásicos del cine francés, Los cuatrocientos golpes (1959), a su manera y a la personalísima opinión de quien suscribe estas impresiones, se atisba en las últimas tomas de las respectivas cintas: donde el mar y la playa son la ventana, y la ventana es el mar y la playa, donde el niño francés de los años cincuenta y el adolescente canadiense contemporáneo se hacen uno. La confirmación de Xavier Dolan como cineasta a tener en cuenta hoy y mañana y como futura y máxima representación para el cine canadiense y el cine mundial y atemporal. Será una espera interesante verlo madurar, y sin duda su carrera podría ser recordada dentro de muchísimo tiempo como una de las más prolíficas que se recuerden, si es que mantiene esa peculiar visión del mundo del arte y sigue filmando bajo estos baremos de calidad con la misma riqueza de producciones. A Mommy se le podría añadir un poco más de sal, y quizás vendría bien un poco de ajo, pero lo cierto es que, de los elementos que le dan forma y sí están en el plato, poco o nada se puede mejorar. 

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